About the Book
No se afeita; le da pereza, ya empieza a parecerse a los monos de la selva. Está tomando un aire a la Mona Chita, sí, la de Tarzán, ésa. Es como un níspero; asustadizo también; cobardica... ¡Ah, eso sí...! ¡De todo Cristo habla... muy, como que no quiere la cosa, sutilmente, "yo no digo que...", "yo no...". ¡Mala de la gente! Se inventa... "¡Ah, pues..."! ¡¿Y si lo tengo... todo, todito... de pe a pa?! Y ustedes, macacos, miopes, presbicíaticos..., coloquen bien los putos audífonos, que esta charla la paga Mike Mouse... Había asistido a la conferencia metafísica de este orador dipsómano una banda de cenutrios, jubilatas todos porque, principalmente, en la calle hacía, marcaba el termómetro municipal, a la sombra, a las 19 h, 39°C; entonces, qué mejor cosa que hacer que ir a escuchar echando una siestecita con esparadrapo en la boca, por lo de los ronquidos, en la sala habilitada en la boblototeca púbica del municipio a este señor del que yo me limito transcribir sus mamarrachadas, y así cultivarse un poco... ¡Como los pistachos...! Todos apiñados... Unas 20 acémilas desdentadas... Votantes todos de... ¡Ah, calmares...! ¡Pues este de la charla, flanqueado por un diabético paranoico y un gordo vicioso, así se presentaba él mismo, haciéndose el gracioso... Estaba soltando, que no paraba ni para coger aire ni para beber agua de marca del grifo, un sermón acerca de cómo se debe, por obligación, escribir una novela romántica que enganche al servicio domestico... El parlanchín había formado, al calor de su recogido hogar, en la cocina del mismo, un invierno crudísimo, un club de lectura... ¡Todo, todo... por ligar... Lo que sea, tío! Al cabo de 4 h de dar la puta turra y como no podía más, es que le faltaba el aire, los esparadrapos se habían soltado... la humedad... y aquello era un ronquido generalizado, dijo, muy solemne: "Bueno, gracias por asistir...". ¡Ni puto caso...!, y marchó... A las ruinas que quedaban dentro, medio dormidas, tuvo que sacarlas a escobazos la Señora de la Limpieza... ¡Algunos hasta se reían... los cabrones...! Era hora, pues, de cenar... Nos contaba esto que escribo yo Librillo, a la sombra de un gran pino, que las palomas habían escogido como excusado... Nosotros nada más darnos cuenta, cambiamos de pino, lógicamente... Y al que fuimos, la situación nos obligó a meterle tres patadas a una pareja que, ciegamente, retozaba sobre la hierba. Allí siguió Libri contentándonos lo que os cuento, merluzos. El Club de la Lectura... Amparado por "Entes" poderosos... se había empeñado en llevar la cultura a las cabras... Acercar el mundo animal a la civilización... Pero sobre todo..., en el fondo, aparte de no comerse un rosco, a hacer el mal a todo Dios... ¡Esto sí que los ponía tontines...! a los del puto club... ¡Que te voy a poner la cara colorada... Membrillo...! ¡Pide chivatos, pide chivatos... el asqueroso! ¡Que no se dan nombres, que no se dan nombres, mamona...! ¡Y si hay que comerse el marrón, se come... y ya está...! ¡Tío babosa! Como no corría ni esto de aire, nos largamos del parque, ¡qué remedio! Fuimos a las afueras, al monte, a las huertas de verduras y latas y ladrillos, a darle a la cerveza light... Y a dejar que la noche por fin limpiara tanta mierda y fealdad como la que el Sol, magnífico, ponía en evidencia en esta, que puede ser cualquiera, tal y como están las cosas, ciudad de tamaño medio (¡Uy!)... A las 4 de la madrugada... Y no había refrescado mucho, entre esto y lo otro, ya no distinguíamos ni bien ni mal la mano derecha de la izquierda.... Nadie nos iba a mandar soplar... Ni nada de nada... También marchamos de allí... camino del sobre... Y Libri, a modo de epílogo, mientras, tambaleantes, tropezando con la jardinería y toda la metralla nos alejábamos, dijo: "Este presidente del Club, pero os lo digo claro, clarito y él lo sabe, es un mierda".