Ensamblar, fusionarse con la vida misma, con la cotidianeidad, con un futuro sin remedio, inescrupuloso..., que nos propone: el misterios del sol, de la luna espumada, de las estrellas que deambulan diáfanas, cortejando a los meteoros, que se desprenden sonoros como un flash en su rauda embestida. Y ese reloj de arena que se filtra, que no frena y que gota a gota nos condena, por temor, a la llegada del todo inexorable, del imprevisto final.
El dolor aprieta sus dientes, cuando nuestras heridas calientes, lo paralizan, lo descolocan pero aún así..., casi siempre gana esa pulsada y no deja de avanzar. Y la alegría, casi siempre indiferente, se desliza suavemente, aprendiendo a caminar. Diferentes emociones, convergen, confluyen... y lagunas de dudas, océanos de preguntas, se hacen presentes. Muchas veces renegamos de nuestra condición, pero lo que más deseamos, en definitiva, es: ser poseedores de un espíritu intachable para dar luchas incansables, en pos del amor y de la paz, dándole pelea a la adversidad, que nos provoca en forma constante y a veces nos hace flaquear.
Para mis padres Leticia y Óscar, que habitan en el paraíso, para mis hermanas Delia y Mirta, que siempre están a mi lado y para mis cuatro patitas Ayûn, que alimenta mi alma, con sus payasadas. Y un profundo agradecimiento, a mis maestros, a los que siempre presentes en mi memoria, me convirtieron en lo que soy, al Dr. Aníbal Ferrer y a Don Emilio Pérez Delgado, gracias, jamás los olvidaré.