Hay quien dice que se puede viajar al pasado a través de los agujeros de gusano. Pero, eso es pura teoría imposible de realizar pues se basa en la idea de que el espacio tiene una curvatura extrema que lo hace regresar cerca de donde estamos. Hay novelas y películas que nos divierten con viajes en el tiempo. Nada más irreal. No puede nadie viajar al pasado para interactuar con la historia.
La historia es inamovible.
No obstante, en esta novela demuestro que existe un espejo del tiempo que nos puede mostrar todo el pasado, desde el comienzo de los tiempos, como si viéramos una película muda.
Casi nadie conoce la verdad absoluta y objetiva. Los dogmas, incluidos los de fe, los han creado los hombres, basándose en teorías que, ni los más eruditos son capaces de demostrar, pues la verdad que defienden, o la han creado ellos, o ha sido modificada con erróneas o interesadas interpretaciones. Esa supuesta verdad, además, la Iglesia nos la impone con un código de conducta reglado, amenazándonos con el infierno si no la cumplimos.
Hay que pensar que las historias más antiguas se transmitían boca a boca, pues no había medios físicos para guardarlas, excepto papiros o tablillas; por ello, cada vez que se relataba un hecho, el que lo escuchaba interpretaba lo que creía haber entendido, adaptándolo a sus capacidades cognitivas, y ajustándolo a sus supersticiones, miedos, incultura, o a sus conveniencias. Las siguientes transmisiones generaban otras modificaciones, y así sucesivamente. Al cabo de los siglos, la primera versión, la auténtica, se había transformado en otra totalmente diferente.
En este libro doy a conocer una manera de ver el pasado, con la que se podría comprobar la verdad de lo que ocurrió, tanto en la historia como en la religión. La historia sí está. La manera de verla habrá quien la considere ciencia ficción, pero no es más que un adelanto de lo que está por llegar, sin duda alguna.