A menudo, en el curso de la historia del pensamiento occidental, la filosofía política ha tenido que lidiar con transiciones más o menos epocales, que ella misma ha ayudado a interpretar conceptualmente y gobernar a nivel práctico. Cada transición desafía las constelaciones teóricas consolidadas y exige procesos de repensar y revisar, que hacen de la filosofía un campo de exploración en constante movimiento. El trabajo que se presenta en estas páginas pretende ofrecer al lector un mapeo sintético de los más recientes y debatidos intentos de producir mallas teóricas capaces de resolver la intrincada maraña de fenómenos y tendencias que caracterizan las transiciones actuales. Cada una de las teorías que examinará el texto ha contribuido de manera peculiar y original al proceso común de enmarcar y leer las dinámicas complejas y ambiguas que caracterizan los acontecimientos actuales, con el fin de esclarecer el tema, los orígenes y las consecuencias.
Aunque con desenlaces muy diferentes, todas las propuestas que discutiremos anotan una metamorfosis radical, que las llama a repensar tanto la gramática profunda de la política moderna como los dispositivos conceptuales que se han utilizado para pensarla en los últimos siglos. Esta metamorfosis ve al Estado -protagonista indiscutible de ese sistema de organización y división del poder que va desde finales de la Edad Media hasta la segunda mitad del siglo pasado- cambiando funciones, delegando cargas y transfiriendo cuotas de autoridad. Para ser más precisos, el objeto del cambio en cuestión no es tanto la forma-Estado tout court, sino aquella configuración que nos es más cercana y familiar, a saber, el Estado nacional-territorial. Esta constituía la unidad básica de un "sistema de estados" más reciente -afirmado y consolidado en el período que va desde la paz de Westfalia de 1648 hasta las dos guerras mundiales- dentro del cual el proceso de perfeccionamiento de los aparatos estatales podía contar con caminos paralelos y convergentes para la unificación de territorios y la construcción de naciones. En los últimos tres siglos, el Estado ha asumido la fisonomía que mejor conocemos y que hasta hace unos años parecía el único modelo posible de organización y gestión del poder, es decir, el de un gran aparato legislativo, judicial y administrativo, que supervisa la observancia general de las normas (producidas e implementadas por él) y que proporciona bienes y servicios (tanto desde el punto de vista de la protección y seguridad, como desde el económico y social) a un pequeño círculo de individuos (ciudadanos) en a cambio de aportes, a su vez fungibles para las actividades antes descritas.
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