About the Book
Como siempre o casi siempre suele ocurrir, y como siempre o casi siempre, también, se suele decir: Todo cuanto empieza, debe terminar. Y digo bien, siempre o casi siempre, puesto que no siempre lo que se inicia llega a su fin. En este sentido, se me ocurren, así de pronto, un par de cosas: la infinitud del cosmos y la misericordia de Dios. ¿Se te ocurre a ti alguna más...? Date un gusto y añádela. Te preguntarás por qué estoy escribiendo todo esto. Tal vez divague; tal vez no. Tú juzgarás. Pero lo cierto es que este es el último volumen que dedico a la Gratitud como un valor fundamental en la vida, el último de una trilogía que despegó con Las historias inspiradoras de Gratitud, continuó con Una vida llena de Gratitud y que ahora culmina con La Gratitud transforma. Con todo, te diré que pretender expresarlo todo acerca de la Gratitud sería en vano, un esfuerzo inútil, algo así, se me ocurre ahora también, como empeñarse en vaciar el mar con un cubito de esos que los pequeñines usan para acarrear arena en la playa y construir poderosos castillos, lo que me recuerda, por cierto, una de las más hermosas historias -¿solo una leyenda, quizá?- que jamás he oído relacionadas con San Agustín y que, aun a costa de extenderme un poco más de lo que acostumbra a ocupar un Prólogo convencional, me gustaría incluir aquí como ejemplo indiscutible de ese vano e inútil esfuerzo que supondría abarcar la Gratitud. Dice así Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, pensando en la realidad de Dios: "¿Quién es Dios?" "¿Cómo entender el misterio de la Santísima Trinidad?", iba cavilando con el propósito de llegar a alguna conclusión que serenase su inquietud mística. De repente, el santo alzó la vista y vio a un niñito jugando en la arena, a la orilla del mar. Asombrado, advirtió que el muchachito corría hacia el mar, llenaba de agua un pequeño cubo de madera y luego lo vaciaba en un hoyo que había hecho en la arena. El niño pasó toda la tarde con este jueguito. Finalmente, San Agustín, lleno de curiosidad, se acercó a él y le preguntó "Muchacho, dime..., ¿qué estás haciendo?" Y el niño le respondió "Estoy vaciando toda el agua del mar en este hoyo, ¿no lo ves?". A lo que San Agustín exclamó "¡Pero eso es imposible!". El chico, sin inmutarse, dijo: "Más imposible es tratar de hacer lo que tú estás haciendo: comprender en tu pequeñísima mente el misterio de Dios". Si te ha gustado, me alegro mucho, y si ya lo conocías, no está de más recordarlo de vez en cuando, ¿no te parece? Para terminar esta introducción -en este caso, sí; toda introducción tiene fu final-, decirte que en este tercer libro vas a seguir cubriendo leguas en la larga senda de la Gratitud, esta vez bajo prismas y perspectivas complementarias, pero asimismo íntimamente asociadas a ella: la disciplina, el hábito, la perseverancia, la superación, el poder de la palabra, la alegría, la resistencia, la adaptabilidad, la renuncia, la generosidad, el logro y el cambio interior, que se completan con dos interesantes historias: la del lápiz y la del águila. Así pues, en esta nueva etapa de tu viaje hacia la Gratitud te invito a saborear un auténtico cóctel temático que te permitirá avanzar un poquito más en la extraordinaria aventura del crecimiento interior como ser humano. Si leíste y aprendiste con los dos títulos anteriores, este abrirá tu mente a nuevos retos del conocimiento y del bienestar personal. Y si es el primero de la trilogía que cae en tus manos y, además, te resulta útil, tú decidirás si merece la pena prolongar la experiencia con los otros dos. ¡Gratitud siempre!