¿Puede concebirse la dictadura como un abyecto acto caníbal? ¿Es válida la metáfora gastronómica como marco teórico? Tal es la osada y novedosa propuesta de la investigadora Milagros Santiago Hernández quien, sirviéndose con audacia de este ángulo panóptico, se acerca al tirano ficcional de tres obras latinoamericanas: La carne de René de Virgilio Piñera, Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos y El otoño del Patriarca de Gabriel García Márquez. Este interesante y prometedor ensayo rebosa de originalidad, humor negro y carnaval de libertad. Como en el Titus Andronicus de Shakespeare, todos somos el plato fuerte en el juego sangriento de los dictadores. A la mesa del tirano nos presenta la figura del dictador y al aparato de poder que le rodea como una bestia voraz que se nutre de la patria hambreada y digiere inmisericorde a todo detractor para finalmente conceder que sus propios despojos sean alimento de gusanos y aves de rapiña. Sin embargo, dicha muerte no representa el final del convite, como plantea Santiago, sino su entrada al mito y la apertura del camino a la sucesión.La escritura salva a los tiranos del olvido al sacarlos del tintero en que se ahogan, afirma la autora. Si el dictador y su ficcionalización son perennes, entonces que también lo sea nuestra denuncia. Ernesto Mächler Tobar, Universidad de Picardía Julio Verne, AmiensLa representación del poder y las relaciones políticas mediante términos gastronómicos son la aportación innovadora y fundamental de este fascinante texto. Lo aromático, los sabores, los ingredientes y las comidas se convierten en el escrito de Milagros Santiago Hernández en un análisis sorprendente sobre el mundo sórdido de las dictaduras. "Todo menú es un ejercicio de retórica", ha dicho Jean-François Revel sobre la gastronomía. La autora aprovecha las relaciones mutuas que encuentra entre lo político y lo gastronómico para componer su propio menú confeccionado a partir de tres textos paradigmáticos sobre los tiranos. El resultado de tal ejercicio es un "plato" que el lector devorará con buen apetito y asombro, y quedará aún con ganas de seguir leyendo sobre la realidad descarnada de las tiranías. La autora plantea con originalidad y pensamiento lateral el tema de la novela de la dictadura mediante la gastronomía como no se había profundizado antes, y comprueba, como bien señala, que hablar de dictadura es hablar de voracidad. Indudablemente A la mesa del tirano es una lectura muy bien servida que dejará huella en la crítica literaria hispanoamericana.-Rosa Guzmán Merced