About the Book
Mi querida Mónica:
En la oscuridad y, como en El retrato de Dorian Gray, el tiempo te sobrepasa, de un modo intolerable. La vejez te acecha en la venganza hacia tu madre por no haberte deseado como hija... Al elegir no hacerlo, quedó instalada en la ilusión de una juventud perpetua, dedicándose a lo único que le producía placer: la danza, sin importarle nada más. Y mucho menos tú. Tu castigo fue emparejado por la traición de su partenaire, que la abandona. Y aunque intentes detener el tiempo como lo deseaba ella en su falsa creencia, envejecerás joven. La condena está en marcha e, inevitablemente, serás ajusticiada. Aunque te parezca escandaloso, pagarás por el crimen. Mi añorada Úrsula:
Es difícil para mí poder explicarte, frente a las mil caras que me miran, tu reacción. Imposible no hacerlo desde un lenguaje metafórico o hermético. Lo intento a través de los mecanismos de la poesía surrealista o la escritura automática, ya que no encuentro otra manera. Te reconozco en tu constante espera, que se fundó frente al paisaje de los fiordos, en tu estrechada Escandinavia.
Para poder ganarte la vida, te instruiste en la práctica del empleo más antiguo de la humanidad. Imitando a las valquirias, demoraste la esperanza, para rescatarte del dolor y la soledad. Aunque gires esquivando el asesinato, es inevitable que el juicio llegue a cobrarte este balance interminable. Y mucho más pronto de lo que imaginas, ya no tendrás más crédito. Querida María:
Cómo olvidar a mi amiga de la infancia. Estuve enamorado de ti, aunque nunca te enteraste, te avistaba en los veranos y me imaginaba, por lo menos, poder ver a mi vecina al menos una vez. Eras mi pasión imposible, la muchacha ideal que habitaba la casa de verano colindante a la de mi familia. Durante las vacaciones, viajaban desde la capital y te aparecías de repente. Recuerdo a tus parientes, obsesivamente religiosos miembros del Opus Dei. Tu presencia era inamovible, congelada y reprimida, cumpliendo al pie de la letra las reglas sociales y el modelo instaurado por el mandato familiar.
El casero me comunicó, después de tu regreso, que eres la madre soltera de los mellizos producto de una secreta relación. Relató la historia y la vigilia detrás de ti, algo desconocido para mí. Tu doble personalidad que discurre rechazando al más enfermo y parte en dos a los mellizos. Lamento mucho que hoy esté preso y condenado por su crimen. Honrando mi recuerdo, lo visité en tu nombre y me disculpo por haberlo decidido sin tu autorización. La curiosidad y la memoria de la relación tóxica contigo pudo más que yo. Te comento que convive cómodamente con sus pares en el ala más amplia de la cárcel, destinada a los enfermos mentales peligrosos. Y aunque ya no se acuerde de ti, te aseguro que es feliz y se ha hecho responsable. Desamparada Cristina:
Perdida en la herida del abandono de tus parientes, te vaciaste en el goce de lo abierto. Por encima del desamparo consumado por tu padre y tu madre, no fue tan duro ser huérfana y tampoco lo fue para tu hermana. Ellos nunca habían sido amados. Te persiguió, por mucho tiempo, el recuerdo fantasmal de tu madre biológica. Disciplinada e imposibilitada de demostrar señales de afecto, y a quien odiaste tanto. Hoy reconstruyo tu mudanza a los Estados Unidos, en donde conociste a tu primer marido, con quien, regocijados en la fe, bebían la copa de la castidad juntos apretados, sin tocarse. Él era especial, repetía ese modelo inevitable de los padres abusivos, semejante a los tuyos. También había sido castrado.
Recuerdo cuando me comentaste que tuvieron escasas relaciones sexuales iniciadas por tu deseo incontrolable. Excepto en ocasiones especiales celebrando las fiestas navideñas, en donde él comenzaba el juego amoroso. Al enviudar, ajustaste los apetitos más perversos luego de doce años del obligado sacramento. No pudiste evitar seguir la tradición de tu madre conservadora
About the Author: Lúcido del Alba nació en Argentina, Paraná de las Palmas, en la Isla de los Espíritus (cementerio de los fallecidos por la fiebre amarilla), en el cruce de los ríos Sarmiento y el Luján. Se desconoce en que año, ya que nunca fue inscripto en el registro nacional de las personas. Su madre lo abandonó en el hogar inundado por el agua, junto a su hermano mayor, en una precaria construcción de madera, quedando atrapados en la habitación del piso alto, que sé salvó de ser destruida por la corriente de agua. La mamá, arrojándose al río, fue arrastrada por la corriente. Un día más tarde, recuperaron su diminuto cuerpo para desgracia de Lúcido y su hermano. El hermano mayor cuidó de Lúcido, desde la niñez hasta su partida en el año 1991. La única forma que concibió de protegerlo fue encerrarlo en una habitación rectangular, donde le enseñaba en su tiempo libre a leer y escribir las pocas palabras que conocía a duras penas. El mobiliario consistía, en una mesa y una banqueta de madera de la misma proporción, acompañado por ciento cinco cajas de lápices negros usados, un diccionario casi destruido y ajado por el efecto de la humedad y una enorme pila de papel para envolver.
Sobre esos recortes, Lúcido escribía, recibiendo sus mensajes telepáticos provenientes de un televisor blanco y negro, que funcionaba con un generador de gasolina. Cuando Lúcido no escribía circulaba alrededor de la única mesa. Siendo casi adulto, repentinamente a la hora que el sol cae, decidió cambiar de ruta. Comenzó a caminar en línea recta, cargando en una vieja mochila sus manuscritos. Con el peso de los papeles casi desechos por el tiempo, se dirigió a la salida. Desde ese punto de partida y continuando en la misma dirección arribó a la frontera de Argentina, Brasil y Paraguay, a un pueblo llamado Tres Fronteras, en Puerto Iguazú, provincia de Misiones. Enamoró a una joven de descendencia india, con la cual tuvo una hija, la que abandona junto a la madre, obedeciendo el llamado a su escritura. No los volvió a ver ni tampoco lo volvieron a ver a él. Fue su última vez. Antes de desaparecer, el guardia de la frontera lo obligó a entregar el paquete con los manuscritos, prohibiéndole el paso si no lo concedía. Fue su primer salvoconducto.
Por un error del correo nacional llegaron a manos de un anciano, que los dona al centro espiritista Kardec localizado en San Telmo, en la ciudad de Buenos Aires. Uno de sus miembros descubre el valor de estos escritos que hoy se conservan en una caja de cristal junto a su mochila y bajo estricta vigilancia, en la sala que hoy lleva su nombre.
Este centro basa sus principios fundamentales en la creencia que indica, como primera causa inteligente, la existencia y unicidad de Dios. Ser divino que permite al espíritu volver a encarnar como humano con el fin de evolucionar (sea para perfeccionarse en virtudes, para expiar faltas pasadas o para ayudar a sus semejantes a progresar). Entendiendo que la evolución intelectual del humano solo puede reencarnar tanto en hombres como en mujeres.
Las autoridades del centro deciden romper el silencio y darlos a publicar en el año 2017. Más allá de estas creencias, equivocadas o no, los herméticos textos de Lúcido se publicaron por primera vez durante ese período.
Actualmente, estos escritos continúan editándose de manera artesanal, reconstruyendo los textos en algunos casos incompletos por su asombrosa trayectoria.
En otras oportunidades excepcionales fueron propagados a través de la tradición oral más antigua. Costumbre que obliga al receptor a entrenarse de un modo más sofisticado en el desarrollo de su audición. Los miembros de este centro creen firmemente que Lúcido el Alba aún sigue vivo en la selva paraguaya, a veces perciben señales de su espíritu que, en una forma de alta frecuencia, dicta las consignas del futuro, y a las cuales los miembros activos del centro obedecen de manera incondicional.