La neblina cubría la entrada del Bosque de Lorian. Los altos árboles, con troncos gruesos y hojas que parecían haber visto muchos siglos, se erguían como guardianes. Dentro del bosque, el aire era denso, lleno de secretos susurrados por el viento que viajaba entre las ramas y hojas.
Hace mucho tiempo, antes de que las ciudades se expandieran y la maquinaria rompiera la tranquila simbiosis del hombre con la naturaleza, los bosques eran lugares sagrados. No eran solo árboles y vegetación; eran templos vivientes, hogares de criaturas mágicas y deidades antiguas que vigilaban y protegían el delicado equilibrio de la vida.
El clan Lorian, uno de los más antiguos, siempre había vivido en armonía con el bosque, respetando sus leyes no escritas y aprovechando su sabiduría. El bosque les proporcionaba alimento, refugio y magia, y a cambio, el clan protegía el bosque de aquellos que quisieran hacerle daño.
Sin embargo, esa noche, algo cambió.
Una figura encapuchada se deslizó entre los árboles, sus pasos apenas perceptibles en el manto de hojas caídas. En su mano, llevaba un objeto que brillaba tenuemente bajo el pálido resplandor de la luna: un amuleto. Un amuleto que se decía tenía el poder de controlar el bosque y sus criaturas. La figura se detuvo frente a un antiguo roble, recitando palabras en un lenguaje olvidado, invocando algo oscuro y poderoso.
Lejos, en la aldea del clan Lorian, una niña llamada Emilia despertó sobresaltada de un sueño. No sabía por qué, pero sintió un profundo temor, una sensación de que algo valioso estaba en peligro. Miró por su ventana y, a lo lejos, vio cómo un resplandor inusual iluminaba el corazón del bosque.
Aquel fue el comienzo del cambio. El inicio de una aventura que revelaría secretos antiguos, traiciones y un pacto que definiría el destino de todos.