Representemos al hombre que descubrió el fuego; oculto en cavernas fue capaz de mantener alejadas a las fieras, dueñas y señoras de la noche.
Un día su hijo notó que las fieras también temían a la luz de sus antorchas fuera de las cuevas, y se aventuró a dar un paseo por el mundo externo.
Descubrieron que los humanos eran amos no sólo del día, sino también de la noche.
Estos poemas corresponden al mismo descubrimiento a nivel espiritual. Quienes practicamos el amor y la bondad somos una antorcha libre de internarse en los terrenos de la ontología, esto es, en la reflexión sobre el Ser, libre de los temores que la culpa o el miedo suscitan.
Jung afirmaba que los pensamientos estaban ahí, disponibles para quien los solicitara; sólo añado a su certeza, que las almas más transparentes son las que acceden a los mecanismos que producen la misma realidad.
Algunos amigos cuestionan la validez de mis visiones, hasta que les explico que mis poemas no pretenden aceptación universal, sino diálogo y conversión.
Schopenhauer siempre envidió al poeta por su no-pretensión de universalidad; dicho comentario explica porque la misma sociedad confía más en bardos y actores que en filósofos.
Por siglos el teatro y la poesía han sido las matrices de nuestro mundo espiritual, como refleja la obra del Rey David, el Profeta Mahoma y Swedenborg.
Sus escritos tienen el don de despertar la primitiva certeza de dominar la realidad a través de las buenas intenciones.